De espaldas.
- Amanda Granados La Escritora
- 26 nov 2023
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 27 nov 2023

El amanecer era un mal chiste. Cada rayo de luz le recordaba lo que le faltaba. No le hallaba sentido a levantarse nuevamente, a tener que repetir las mismas actividades que el dÃa de ayer: quitar las cobijas que lo cubrÃan, salir de la cama, tenderla, alistar la ropa, bañarse, desayunar, salir, caminar al paradero, subir al transporte público, nuevamente caminar a la oficina, fingir que estaba presente, decir algo inteligente que denotara que él existÃa, sonreÃr al primer chiste de la mañana o hacer un chiste que a todos callera en gracia, almorzar, ver pasar las horas una tras otra, de nuevo caminar al transporte público, volver a hacerlo del paradero a la casa, llegar y sonreÃr de nuevo, ser amable con su familia, rezar porque no vieran su tristeza e hicieran el favor de ignorar su melancolÃa, esperar que ninguno quisiera hacer la caridad de salvarlo.
En todo ello pensaba solo al abrir los ojos, y lo hacÃa lentamente, ocultándose de todos, para que no vieran que se habÃa rendido. Ya no le interesaba la vida, pero sabÃa que tenÃa que vivirla. No creÃa que hubiera una oportunidad para él o que detrás de alguna esquina se escondiera una bendición que lo hiciera feliz.
Todo el dÃa pensaba en lo incapaz que era, en la brutalidad que escondÃa su mente, la cual nadie habÃa notado en demasÃa, al menos eso creÃa. La torpeza de sus acciones, sus malas decisiones. Su incapacidad comprobada para saber esperar algo que todos sabÃan que vendrÃa, y que él, en su clásica ceguera, no habÃa sido capaz de ver. Todo era culpa de él, que no disfrutara de la vida, que no viera lo hermosa que era, que fuera ciego a todos las bendiciones. Estaba ciego, según todos, y lo que requerÃa era pastillas para soñar.
De su alma no salÃan sonrisas, solo quejas y recriminaciones; las primeras para el universo las segundas para él mismo. No sabÃa cómo salir de ese ciclo de tristeza. No sabÃa si querÃa hacerlo. Lo único que sabÃa es que todo era culpa de él, o como ahora le llamaban: responsabilidad. Todo era su responsabilidad.
No sabÃa cómo se habÃa hecho merecedor de esta responsabilidad. Como esa densa carga que integraba cada uno de los momentos aleatorios y no aleatorios de su vida, le habÃan sido entregados en sus manos. Todo lo que habÃa salido mal era porque él lo habÃa determinado asÃ, de manera consciente, inconsciente o espiritual. Si algo habÃa salido bien era bendición de Dios.
Él era el responsable de no ver el sentido, de no encontrar el gozo; eso lo hacÃa una persona enferma, un depresivo más, un anormal. Rodeado de un entorno lleno de sentido porque habÃa un Dios, se sentÃa sofocado, lo ahogaba el aire de la esperanza continua de un futuro mejor.
Nunca habÃa creÃdo en que iban a llegar mejores cosas para él. Lo soñaba, pero siempre tenÃa el presentimiento que lo peor llegarÃa. Mientras los otros avanzaban él estaba a merced de un destino inclemente, dispuesto a hacer de su vida algo peor. Estaba resignado a que cada cosa que emprendiera iba a salir mal; ya sea porque su destino asà lo estipuló, porque no era merecedor de la bendición de Dios, porque no habÃa sabido esperar, o porque su mal carácter determinarÃa el triste final. No habÃa nada porque luchar, las cosas no iban a salir bien.
A veces se levantaba con una cierta luz en su alma, que lo llevaba a creer en un milagro, que algo bueno se le iba a atravesar. Que de la nada iba a salir la luz, entonces hacÃa todas las cosas del dÃa mirando de soslayo, esperando que algo maravilloso los tomara de imprevisto. Muchas veces duraba largas temporadas en esta actitud, pero nunca pasaba nada…todo iba de mal en peor.
Asà pasaron los años. Se quedo solo. Nadie querÃa oÃr de nuevo sus sentencias ni sus dolores. Situación que confirmó sus sospechas sobre su destino trágico. Murió en la playa, en la banca donde se habÃa sentado cada domingo a leer el periódico, de espaldas a donde las familias compartÃan su dicha. Mascullando las últimas noticias, que confirmaban su predicción de siempre: todo va a salir mal.
*Fuente foto: Diego Cifuentes