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La coleccionista.

  • Foto del escritor: Amanda Granados La Escritora
    Amanda Granados La Escritora
  • 26 nov 2023
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 8 nov 2024


A mis 50 años, lo tengo claro. Se que imágenes son las mías. Por eso las cazo con precisión durante el día, cuando ya tengo definido que la noche será para mí. Para complacerme con mis reglas y con mis métodos.


Salgo temprano. Tengo mis objetivos claros.





Comienzo enfocándome en brazos. Me encantan los brazos morenos y peludos. No puede ser de cualquier tamaño, debe ser grueso para imaginar que requiero fuerza para someterlo. Sus vellos deben ser largos y oscuros. Uno detrás del otro asegurando un roce perfecto. No importa el usuario que los lleve o si tiene uno o dos, importa que no sepa de su belleza. No escojo flacos, monos, blancos o pelirrojos. El moreno colombiano promedio me funciona bien.


Abro y cierro mis ojos...y la imagen se va para el archivo a usarse esa noche. Mis pestañas disfrutan el movimiento, porque saben el placer que el cuerpo entero sentirá en unas horas.


El día sigue, voy y vengo por la ciudad. Brazos trabajando, explicando, atendiendo mi mesa, dando órdenes o recibiéndolas.


Observo, selecciono, elijo y archivo.


Ahora voy por las barbas. Dos categorías básicas: de tres días y escasas o antiguas y muy tupidas, porque como dice apocalipsis “a los tibios los escupiré de mi boca”.


Los vellos deben verse fuertes, con criterio, como si tuvieran una meta clara a alcanzar. Uno a uno, vello a vello. Se debe integrar una barba pareja o perfectamente dispareja. No importa si define la forma de la cara o confunde sus límites. Debe mandar el mensaje que rozará suavemente la cara y que tiene el potencial de clavarse, como inclemente espina, en los muslos. Pasan y pasan caras. No elijo imberbes o de vellos sin criterio. Por favor, no insista.


Larga, corta, negra, oscura, rubia o pelirroja, joven o viejo. Lo importante es que hable de su fuerza, de su determinación...la determinación de la barba. Ya no espero que los hombres sean coherentes con sus barbas.


Barba, madura, fuerte, segura, archivada. Desordenada, sucia, descuidada, archivada.


Mi día continua. Ahora escucho voces. Mi mente siempre conjuga imagen y sonido. Mi temperatura no cambia, sin esa combinación. Necesito voces para mi noche.


¿Cómo las selecciono? Comencemos por lo que no escojo. No soporto lo agudo, lo fingido, lo frágil o aquello que me haga pensar que su madre plancho su camisa.


Me gustan las voces gruesas, profundas, que parece que emergieran desde la raíz de su hueso púbico. Deben ser voces, que me hagan olvidar a su dueño. Que me haga olvidar sus rostros, sus palabras, sus ideas. Que me obligue a usar toda mi concentración para hilar lo que comunica, o que si dejo de luchar sea solo música continua.


Voces, barbas, brazos. Archivo.

Barbas, brazos, voces. Archivo.

Brazos, voces, barbas. Archivo.


Ahora falta, el sujeto. En general no debe tener brazos, barba o la voz que me gusta. Debe estar dispuesto a ser usado, a no ser tenido en cuenta como persona. No me importa su nombre, ni sus inseguridades. No me importa si quiere a su princesa o busca a su madre. No voy a contestar sus preguntas. Por favor, que no sea la primera vez que sea usado. Muchos hombres tienen esa fantasía, pero pocos soportan no ser humanos en una cama o después de salir de ella. Debe ser fuerte, alto, tenerlo ancho y largo. El tamaño sí importa, los hemos engañado.


Así llega la noche, conjugo las barbas, voces y brazos que archivé en el día de manera desordenada, ahora las ordeno con el criterio que mi clítoris indique. Las pongo en las historias, personajes y escenarios que a mi cuerpo complazca.


Utilizo al sujeto para completar mis historias, incluyo su sudor, su anchura y su respiración. Una a una con cada embestida mi imágenes toman más fuerza.


Arriba, abajo, de lado, piernas abiertas o cerradas. Todo deber ser explorado para alcanzar el máximo y todo el trabajo exploratorio del día sea aprovechado.


Actuó en pro de tejer las historias que mi mente diseña para complacer a mi cuerpo. Me devuelvo en los caminos que no me mojan, corro los límites morales, derrumbo los prejuicios de mi ética que requieren ser echados abajo para que mis labios se abran.


Barbas, brazos, voces, sujeto, mi cuerpo y movimiento. Todo se convierte en una sola luz que llena mi cerebro, que tensiona mi tronco, estira mi cuerpo, y genera mi muerte.


Respiro. Espero. Respiro.

Comienzo de nuevo.


Hasta que el sujeto descubre que las fuerzas de sus fantasías no son comparables a la fuerza de mi libertad y experiencia. Se hace pequeño. Lo archivo.



 
 

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Autora de los textos:  Amanda Granados León

Todos los derechos reservados

amandagranados.laescritora@gmail.com

© 2023

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