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La elegida.

  • Foto del escritor: Amanda Granados La Escritora
    Amanda Granados La Escritora
  • 26 nov 2023
  • 3 Min. de lectura

Abría los ojos y sentía el olor húmedo de la pared. No se escuchaba ni un solo ruido en la casa. Quitaba sus cobijas lentamente, le gustaba como la sabana rozaba su piel.


Se levantaba, ponía hacer el tinto. Iba al cuarto, tendía la cama. Bañaba a su abuela, le cambiaba el pañal, y le daba el desayuno. Todo lo hacía con agilidad y sin dificultad, lo hacía desde que tenía memoria. Después se bañaba, y se ponía su ropa oscura. Toda la ropa que le traía su tía se veía igual: grande, oscura y usada.


Al finalizar su quehacer se ponía a mirar por la ventana. Le gustaba ver pasar a los niños que iban para la escuela. Ellos gritaban, jugaban y se hacían bromas. Ella nunca había ido a la escuela. Le gustaría ir con esos niños; ir vestida con una falda que le diera arriba de la rodilla y se moviera con el viento. Tener una maleta de colores, y unos zapatos que brillaran con el sol.


Era hora de hacer el almuerzo. Diligentemente pelaba las papas y las ponía al fuego. Preparaba el guiso para el pollo y lavaba el arroz. Su tía, traía el mercado semanalmente, a ella no la dejaban salir a comprar nada a la tienda. Decían que en la calle se cogen muchas mañas.


Ese día, se había hecho una trenza que le caía por el hombro derecho. Sentía que se veía como la señorita de la novela del medio día. Alguien llamó a la puerta, puso la cuchara de madera a un lado, bajo las escaleras estrechas y la entreabrió. Se encontró con una mirada segura, que la miraba fijamente. Era un hombre como de unos 30 años, con expresión de cansancio en sus ojos, y grandes ojeras. Él le dijo que reciclaba metal, que si tenía algo viejo que le sirviera. Ella no sabía cómo hablarle, tenía muchos nervios, no hablaba con nadie distinto a su abuela o a su tía. De sus labios salió un “no” suavecito, casi imperceptible. Él sonrió. ¿Esta sola? Le preguntó. Otro “no” bajito se escuchó. Él se volteó a su carrito, y saco una figura de papel, y estiró las manos en dirección a ella. Ella estiró las suyas, sin caer en cuenta que lo estaba haciendo, recibió la figura mientras él rozaba sus dedos con los suyos. Un gran corrientazo paso por su cuerpo, una sensación deliciosa que no había sentido en toda su vida. Él empujo suavemente la puerta, ella se hizo para atrás. Él cerró la puerta y se quedó frente a ella. La miró directamente a los ojos, y puso su mano en su pierna. Ella estaba paralizada nunca había tenido un hombre tan cerca. Él se acercó a su boca y metió su lengua, ella no entendió esa sensación húmeda, que sentía en la humedad de su boca. Lo cierto es que quería que el siguiera. El acariciaba su pierna, ella estaba congelada. Comenzó a mover su lengua buscando tocar la de él, no sabía porque lo hacía. Sintió algo húmedo en su vagina, y una sensación de placer muy fuerte en su estómago. No tenía fuerzas en los brazos y sentía que las piernas le temblaban. De pronto sonó el teléfono, él sacudió la cabeza como despertando de un sueño, se volteó, abrió la puerta y se fue.


Ella cerró la puerta, subió corriendo las escaleras en dirección a la cocina. Después de salvar los pocos plátanos que habían quedado sin quemar, fue a su cuarto y dejo en su mesita de noche la figura de papel. Era un pajarito, que al verlo le daban ganas de salir volando de su realidad. Durante el resto del día no pudo hacer nada bien, se le caían las cosas, se le olvidaba que estaba haciendo, su abuela no paraba de regañarla con esos ojos grandes y fijos que siempre la hacían sentir más pequeña. Sentía que algo le había pasado ese día, algo se le había transformado muy dentro. Se sentía elegida.

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*Foto: Javier Carreño



 
 

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Autora de los textos:  Amanda Granados León

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© 2023

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